La noche en qué aprendí de mí a diecisiete mil doscientos veintiocho kilómetros de aquí
Quería tanto comer pollo frito, pero llegamos al restaurante coreano en Japón, nos sentamos, pedimos, y el pollo frito era dulce. Sí, dulce. No agridulce. Dulce, y sabía a dulce y a pera caramelizada. Me molestaste todo el camino a casa con pollo frito, y una frase. Estaba bien. Pero llegamos a la casa (pd: le llamamos casa aunque era el lugar que arrendábamos mientras estábamos de vacaciones en Tokio) y no todo estaba bien. No me acuerdo como empezó todo, pero yo empecé a llorar y no quería decirte porque, porque era mi forma de lidiar con la frustración y mis emociones no placenteras. Me preguntaste tantas veces, pero aún así no me gritoneaste en ningún momento, de hecho, con todo tu cariño hacia a mí me hiciste hablar, aunque para ser honesta no recuerdo muy bien lo que te dije, pero sí sentí que podía confiar en ti a quién quería, y que bueno que lo hice. Comprendí tantas cosas en esa hora de mi vida: que no me podías leer la mente para saber cómo me sentía, pero si leías mi forma de ser porque para ti era un libro abierto, mi cara tú la leías perfectamente, mi tono de voz, mis ojos, mi mirada y hasta mi forma de caminar. Para ser sincera, nunca me sentí tan vista en mi vida hasta que llegaste tú a mostrarme a mí misma como un espejo, un espejo que no me iba a juzgar, sino que iba a ayudar a comprenderme. Siempre repito que tuve que viajar 17mil kilómetros para entender en un cambio de 12hrs a mi hogar que tenía que hablar cómo me sentía con la gente que me quería porque soy importante y mis palabras tienen importancia.
Esa noche, mientras yo estaba en una lección de vida dada por ti, tú me mostrabas que podía confiar en ti, y que a pesar de que te rompí un poco el corazón al no hablar honestamente contigo, tú con todo tu amor me dijiste que querías salir de la casa, ir a dar una vuelta y dejarme sola, pero no lo hiciste, porque sabías como eso me haría sentir, sabías que me iba a odiar profundamente por eso, así que con tu paciencia infinita y todo tu amor a mí que ahora veo, me enseñaste, calmadamente y con palabras sinceras y dulces que querías y necesitabas que hablara contigo, que confiara, que fuera honesta. No necesitabas que fuera perfecta, me dijiste, y aunque en el momento no entendía que no necesitaba serlo, con el paso de los años, y a pesar de que no estás conmigo más, esas palabras quedaron grabadas en mí, están en tu rincón de mi ser, que siempre será tuyo y que compartiremos siempre en la parte de mi memoria dedicada a nosotras. No me dejaste sola. Aunque fue un viaje de vacaciones, de pasarlo bien, fuimos a aprender de ambas.
Me dejaste llorar, te sentaste conmigo, me abrazaste, me hiciste cariño en el pelo, mientras yo sentía tu calor, tu abrazo, y tu olor dulce y elegante, tu abrazo que seguramente solo dedicabas a tu hermano pequeño, y que ahora me regalabas a mí. De nuevo me repetías que podía confiar en ti, como tú lo hacías en mí, que hay que hablar, dejar salir lo que sentimos. Me sostuviste por 10 minutos más o 3 años con 4 meses, y luego me diste un beso en la parte alta de mi cabeza y fuiste a tu cama. Fue nuestra pelea en vivo más grande, pero no fue una pelea en sí, era una batalla conmigo misma, no contigo, y así lo entendiste. Me comprendiste, viste, sentiste y me hiciste sentir querida, aún cuando yo no sabía como hacerlo conmigo misma.
Tantas veces que no supe ver tu cariño, como lo expresabas conmigo. Necesitaba más, por supuesto, pero también yo saber cómo tú me querías, y me lo hacías saber. Íbamos bien, así como dijiste la última vez que nos hemos visto hasta el momento, y después ya no. Hasta un día, también en Tokio, cuando te dije que necesitaba más cariño de ti, mientras comprábamos la cena donde más nos gustaba comer, fuiste a comprar al convini algo para beber en la casa. Llegamos, y nos disponíamos a cenar cuando me dices que me diera vuelta y tenías unos chocolates para mí. No eran simplemente un regalo, si no que también una forma de decir "te escucho, y lo estoy intentando aunque me cueste un poco".
Anoche soñé contigo. Que volvíamos a hablar, que dormíamos juntas y que tú dormías encima mío, confiada, sin miedo, aunque nos vieran todos. Es extraño todo esto.
No he olvidado nada, por sobre todo, no he olvidado todo lo que aprendí gracias a convivir contigo durante tanto tiempo y por haberme enseñado tanto sobre mí. Cuando no me quería ver al espejo para verme a mí misma, estabas tú para reflejar todo aquello que no sabía que estaba dentro de mí, para ser mi luz en esos momentos oscuros, así como yo lo fui contigo, así como Gon y Killua, así fue, hasta que nuestros caminos se separaron, por no sé cuando, porque el cariño y amor no alcanzan para sanar las heridas no sanadas del pasado.
Ahora estoy construyendo un espejo propio para poder verme sin juzgarme y así conocerme, como tú me conocías a mí.
Comentarios
Publicar un comentario