besos sorpresa

El día estaba frío y gris, uno típico más del mes de junio en este lado del mundo. Hace unos ventitantos años durante esta época los dos dejaban el calor de su hogar para ir a trabajar al centro de la ciudad, pero hoy iban a una hora al doctor; los años habían pasado y no habían sido en vano.

Antes de salir tomaron desayuno viendo uno de los matinales que se daban a esa hora, se abrigaron y se tomaron un par de pastillas parte ya de su rutina diaria. Abrieron la reja y se tomaban las manos al bajar a la vereda para caminar unos 20 minutos.

A veces en los trayectos hablaban todo el camino, otras veces se quedaban en silencio solo disfrutando su compañía, y en otras se dedicaban a mirarse de vez en cuando. Él la miraba hoy más que otros días, y eso le hizo sentir a ella un poco de vergüenza. Qué mira tanto pensaba, y trataba de ocultarse con la bufanda. Quizá se le había quedado una miga de pan en la mejilla o pasta de dientes en su ropa y él no le diría nada, ya que le gustaba reírse de ella (y con ella) cuando tenía la ocasión.

Iba tan ensímismada en sus pensamientos que no notó cuando él le tomó el brazo y la detuvo. Sintió cómo la miraba fijamente a los ojos; le dijo un qué medio agresivo, medio en broma no esperando lo que se venía. Él sonrió, le bajó la bufanda un poco y la besó en los labios. Un beso rápido, tierno y tímido de dos viejitos en medio de la calle en invierno.

-Tonto- le dijo ella en voz baja, sintiendo como sus mejillas se sonrojaban como lo hacían cuando tenía 15 años

-No lo pude resistir- y rĂ­o un poco. La amaba tanto.

-Ya, caminemos mejor, mira que si no llegamos a la hora las niñas del hospital nos van a retar de nuevo.

Su marido asintió con la cabeza y le tomó su mano de nuevo para empezar a caminar de nuevo; ahora estaba más tibia que antes. A la vuelta le daría otro beso para no olvidar como se sentía hacer eso a la vista de todos.

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