sintítulo

Estaba tan cansada, sus zapatos estaban mojados, su chaqueta también, todo, todo todo; quería tanto rendirse, tanto bajar los brazos y poder decirle a la persona que se abría los ojos en la mañana que no lo hiciera, que se quedara acostada en su cama protegida de todos, en ese caparazón tan cómodo que había construido con los años, y es que lo tenía todo para ser feliz ahí. Jamás le había sucedido nada, pero eran tantos los miedos con los que había crecido, tantos pensamientos que inundaron cada espacio de su mente que creía que vivir dentro de ella estaba bien y bastaba; pero no era así. Quería salir, bailar, disfrutar, escribir, sufrir y por sobre todo, vivir. Así que esa mañana preparó lo necesario, y lo que era mucho al parecer, y rompió salió de ese lugar que habitaba.
Había un sol radiante afuera con una brisa helada lo que lo hacía un día perfecto. Lo que no alcanzaba a divisar a esa altura era que ese viento helado pasaría y se transformaría en un calor abrasador, capaz de quitarte todas las energías.
Recordaba que los primeros minutos había sido divertido, se encontró con amigos animales que no veía hace mucho, se reencontró con el cantar de los pájaros, nubes de variadas formas y flores de todos los tamaños y colores, por lo que su cámara fue su fiel compañera. No era la mejor fotógrafa, pero había descubierto que tenía un gusto por aquel oficio, así que lo hacía feliz.
Al poco tiempo caminando se encontró con un bosque tan denso que no la dejaba caminar; había pedido indicaciones y como le fueron mal dadas había llegado ahí. En ese momento solo atinó a caminar, a sacar una cuchilla y a tratar de salir de ahí: lo logró, y cuando vio que el obstáculo había sido superado se puso a llorar; era lo que hacía, era su forma de liberar su alma de todas las penas que pasó mientras era valiente.
Siguió caminando, ya llevaba unas 5 horas y estaba bien, ya conocía los trucos de aquel camino, sin embargo, ese no era el camino por el cual ella quería andar. Con celos veía como la gente caminaba por aquellas baldosas de piedra, al lado de castillos y casas donde pasar la noche. Por lo que lo hizo, ya que estaba afuera, ¿qué más podía perder al intentarlo?.
Llegar al otro camino fue fácil, en un inicio era hasta conocido y es que se parecía al lugar al que asistió donde aprendió muchas habilidades que le fueron útiles para sobrevivir por ella misma en el mundo hostil en el que se encontraba en esos momentos. (También aprendió otras cosas inútiles como cocinar siempre con una cocina o canciones para cuando quieres que caiga nieve).
Al poco andar se reencontró con gente a la que había conocido en el lugar del conocimiento y la acompañaron en ese viaje.
Ahora, habiendo pasado unas 12 horas lejos de su refugio que ya se sentían años, estaba atrapada en este río, sin poder salir, empapada hasta los calzones y sin posibilidad de mirar hacía adelante debido a unas frondosas hojas que además camuflaban monstruos con los que no había querido enfrentarse en el camino anterior. Uno era grande de color rojo con rosado, lleno de pelos que más bien parecían plumas con ojos grandes y oscuros y otro era de color verde mezclado con azul, y a pesar de no ser tan grande como el anterior, tenía unas patas que podían hacerte sentir como el ser más indefenso del planeta. En serio que quería rendirse pero escucho a dos voces dentro de ella; una era ella misma, que le decía que no lo hiciera, que había hecho tanto hasta ahora, que se tragara todas esas lágrimas, que sacudiera la cabeza y que siguiera adelante. Y otra era de esta persona que se reencontró en este camino más difícil, quien la había apoyado, le había dicho que pensar las cosas un par de veces bastaba, en vez de hacerse un caldo de cabeza con ellas, que le hablara cuando se sintiera insegura, que cualquier cosa estaría ahí para ella. Hace un par de días no lo habría hecho, pero confió en aquellas dos personas dentro de ella. Seguramente la próxima semana ya no lo haría y alguien tendría que recordarle todas estas palabras nuevamente, pero ahí estaba, decidida a salir de ese río aunque tuviera 100 ríos más frente a ella. Y salió, mojada como diuca, pero feliz de haberlo logrado. Al final había una mano tendida para ayudarla a salir por todo del caudal, y aunque no estaba acostumbrada a pedir ayuda ni a que la ayudasen, aceptó esa mano feliz, procurando no dejar de tomarla cuando lo necesitase.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

10 minutos